Es una eminencia en oncología, especialidad que también eligieron sus tres hijos. Dice que no le tiene miedo al cáncer, pero sí a la desesperanza por la política
El es Reinaldo Daniel, Reinaldo con “i”. Dice que no sabe por quién le pusieron ese nombre. Parece que a su padre le gustaba Raimundo, pero finalmente la mamá dijo que no y quedó Reinaldo. A sus 82 años, y más de 55 como médico, es la primera vez que se tomó un mes de vacaciones. Durante el último medio siglo, su nombre –Reinaldo Chacón– desfiló por cuanto simposio, congreso, reunión o asociación vinculada a la oncología haya existido o exista, en el país y en el exterior. Sus tres hijos se dedicaron también a la oncología. Y uno de sus seis nietos estudia medicina.
Desde hace tres décadas está vinculado al Instituto Alexander Fleming, uno de los centros privados de oncología más prestigiosos del país, del que es director académico y donde también tiene su sede la fundación FUCA, dedicada a la docencia e investigación del cáncer, de la que él es presidente y principal promotor, ya que su vocación docente es uno de los rasgos más fuertes de su personalidad.
–Soy el primer hijo de 4, el mayor. Mi madre era de ascendencia italiana y mi padre, del que viene Chacón, decía que eran vascofranceses, pero también hay gallegos que son Chacón, así que nunca supe si se quería dar la corte de que era vasco-francés porque le parecía que era más elegante que ser gallego… Después, cuando conocí Galicia, vi que era bellísima, impresionante de bella.
–¿Y su padre a qué se dedicaba?
–Durante un tiempo trabajaba en una editorial católica, no me puedo acordar del nombre, y después pasó a vender tierras. O sea, nada que ver con la medicina. La única que tuvo algo que ver con la medicina era mi abuela Alda, la que vino de las Canarias, que era enfermera. La mamá de mi papá. Ella nos visitaba mucho y contaba anécdotas del hospital. Creo que eso tiene que haber influenciado para que luego me volcase a la medicina.
–¿Usted dónde vivía? Porque sé que es de Racing. ¿Vivía en Avellaneda?
–No, vivíamos en Florida. Mi padre era de Racing, tampoco sé por qué, pero era muy de Racing, yo también, y toda la familia prácticamente es de Racing.
–¿Y cómo fue su ingreso a Medicina en esa época? ¿Su familia era económicamente acomodada?
–No… era difícil, mi familia era de clase media baja. Yo fui, por supuesto, a colegio público y a la facultad pública. Mis padres se separaron. En esa época era raro. Se llevaban mal. No sé por qué se separaron. Nosotros, básicamente mi madre y yo, porque el resto eran menores, éramos parte de la economía familiar. Me acuerdo de que cosíamos botones de camisas y ayudábamos a planchar. Mi madre era una gran madre. Para con los hijos era realmente muy valiente. No tanto como para defender su pareja. Mi padre tenía muchísimo carácter y se consideraba intelectualmente por encima de mi madre, eso era bastante feo y notorio. Él era un gran lector, de quien yo tomé esa costumbre y fue de las pocas cosas buenas que recibí de su parte. Me hizo leer a los 13 o 14 años libros que no eran para esa edad: Anatole France, Dostoyevski…
–¿Y cómo fue ingresar a Medicina? ¿Usted iba a Medicina y cosía los botones?
–No, eso fue cuando era más chico. Cuando empecé a estudiar tuve la intención de hacer algo. Fui de corrector a un diario, una noche. Pero no me gustó. Era terrible porque estábamos uno frente a otro y me acuerdo del tipo que pasaba al lado y decía “vamos, vamos, que ésto no es un semanario, hay que ser rápido, hay que apurarse”. No me acuerdo qué diario, no está más. Y después me dieron un par de libros para corregir, pero no tenía tiempo. Medicina en nuestra época, y yo creo que ahora también, era muy exigente. Muy pocos chicos podían trabajar. Desde el examen de ingreso, que era bien duro, entraba más o menos el 10% de los que se presentaban. Yo ingresé en el ‘58 o el ‘59.
–En esa época se hacía el servicio militar…
–Pero me salvé. Tenía en muy malas condiciones la boca y eso era importante porque si no, no te podías alimentar.
–Entonces cuando estudiaba lo mantenía su familia…
–Sí, mi madre y mi padre, que siguió aportando. Es más, yo tenía por ahí la ingrata tarea de ir a buscar ese dinero. Era difícil. Mi padre por supuesto que ya tenía otra pareja.
–¿Hizo la carrera rápido?
–Muy rápido, me recibí a los 23.
–¿Y cómo fue qué quiso dedicarse a la oncología?
–Yo pensaba hacer neurocirugía porque había muy pocos avances en neurocirugía y creía que podía aportar para algo en lo cual no había tanto. Pero ahí se cruzó el tema del cáncer, que era lo mismo, y era un desafío, con la petulancia que uno tiene a esa edad… Tuve la suerte de recibir la influencia de Roberto Esteves, que fue mi maestro.
–¿Dónde lo conoció a Esteves?
–En el hospital Militar, donde él trabajaba. Ahí fui con él a hacer oncología, año 64 o 65.
–En esa época tener un diagnóstico de cáncer era igual a la muerte… ¿Se puede comparar con la situación actual?
–No, era una época completamente distinta. Por ejemplo: para revisarle el pecho a una mujer no se le sacaba el corpiño. Tenías que ponerle una sabanita adelante para tocarle el pecho debajo de la sábana. Hoy se establece una relación muy distinta con el paciente. Tampoco se contaba con los medicamentos y tratamientos actuales. La oncología pasó por una etapa donde el rey del tratamiento era el cirujano: la cirugía te curaba o no te curaba. Luego con el tiempo se agregó la radioterapia. Y recién después empezamos los oncólogos.
–¿Cuándo empezaron los oncólogos?
–La quimioterapia aparece después de la Segunda Guerra Mundial, a mediados de siglo. Pero el desarrollo de la oncología clínica llevó bastante más tiempo. Diría que Esteves escribió el primer libro argentino sobre quimioterapia antineoplásica. Lo hizo a mano suelta. No con las exigencias que existen hoy. Sobre todo porque no había bibliografía. Y nosotros manejábamos tres o cuatro drogas, nada más. No había el conocimiento que hoy día hay acerca del cáncer.
–¿Todos los pacientes con un cáncer tienen la posibilidad de someterse a distintos exámenes, por ejemplo pruebas genéticas o moleculares, para definir tipo de tumor, terapéutica y acceder luego al tratamiento más innovador?
–Muchas coberturas privadas cubren esas posibilidades. No sé la situación en el hospital público.
–¿Entonces la atención oportuna y suficiente está condicionada por las posibilidades de acceso?
–No tengo dudas.
–¿Cómo se diagnostica el cáncer?
–Con una biopsia del tejido.
–¿No con una biopsia líquida, una muestra de sangre?
–No, en ninguna parte del mundo. La biopsia líquida sirve para ver la eficacia del tratamiento en algunos tumores. Tiene altísima sensibilidad como para determinar si hay alguna mutación que abre la posibilidad de hacer una terapia dirigida, pero el primo diagnóstico siempre es con biopsia de tejido.
–Es interesante aclarar esto porque a veces promocionan que con un simple análisis de sangre se puede saber si alguien tiene o no cáncer y por lo visto esto no es cierto.
–Se pueden buscar marcadores biológicos, pero nosotros nunca hacemos diagnósticos solo con un marcador biológico, tenés que tener la biopsia del órgano; el marcador biológico te puede sugerir de dónde puede venir el tumor. Hay casos de “primario desconocido”: el paciente tiene metástasis pero no se encuentra el tumor primario. Antes eso representaba casi el 20%, porque no teníamos la metodología actual. Hoy con el PET, la tomografía y todas las otras cosas, son mucho menos los primarios desconocidos. Pero los hay. Otro tema que importa mucho es la calidad de la anatomía patológica. O sea, el resultado de la biopsia. Hay personas más entrenadas para hacer biopsias de ciertos tipos de tumores.
–¿Por qué se sigue muriendo gente de cáncer?
–Porque todavía no hay terapias que terminen con todos los cánceres. Si querés poner el ejemplo del cáncer de mama, hoy se curan muchos más pacientes que los que se curaban antes. Pasa con el cáncer de colon, pasa con varios tumores, en los cuales la situación ha cambiado, ha pasado con el cáncer renal, o sea: aun no curándose, el paciente tiene muchísima sobrevida. Se podría decir que hoy la vida con una metástasis, depende de qué tumor, puede ser muy larga. Yo tengo pacientes con cáncer de mama que llevan más de 20 años. En términos generales, hay una disminución de la mortalidad por cáncer en todo el mundo, pero hay un aumento de la incidencia. Se extiende la expectativa de vida y se calcula que después de los 65 años hay 11 veces más riesgo de cáncer que antes de los 65 años. Una de cada dos personas va a tener cáncer.
–Bueno, no es una noticia que entusiasme…
–Es que finalmente de algo uno se muere. Puede ser por causa cardiovascular, o cáncer, o infecciones, como por ejemplo el Covid 19 u otras.
–¿Cómo se explican los casos de cáncer en personas cada vez más jóvenes?
–Hay un incremento en gente joven de cáncer colorrectal. Probablemente tenga que ver con la alimentación. Pero también se hace más prevención, con lo cual se encuentran más tumores. Cuando uno dice que hay más tumores en mujeres embarazadas, lo que sucede es que los embarazos ahora son encima de los 35 años, entonces entraron en el período donde hay más riesgo de aparición de un cáncer de mama.
–Hay un cáncer de mama que dicen que es especialmente riesgoso, el triple negativo. ¿Van mejorando los tratamientos?
–Los triples negativos se dan con mucha frecuencia en mujeres menores de 40 años. Y también las que tienen genes BRCA 1 y 2, asociados al cáncer de mama hereditario. En este tipo de cáncer mamario se ha ganado mucho con la neoadjuvancia, o sea empezar con quimioterapia antes de cualquier otra intervención, habitualmente la cirugía, para reducir al máximo posible el tumor. De cualquier manera no han sido resultados tan impresionantes como tuvo el cáncer de mama HER2 positivo, que se trata con distintos anticuerpos monoclonales.
–El diagnóstico genético, ¿debería hacerse siempre?
–Siempre, especialmente antes de los 50 años porque casi todas las mutaciones se muestran antes de esa edad. No es un examen de rutina en la Argentina, pero en muchos lados se hace. Hay genes para colon, para pulmón. Siempre hay algún gen metido en una parte.
–¿En esos casos, positivos para ciertos genes, hay terapéutica distinta?
–A veces sí, a veces no. Hay terapia dirigida para ciertas mutaciones, no todas. Y por ahí hay algunas que tienen una mutación, pero cambia, y los medicamentos son tan costosos que no los podés usar, sobre todo porque no son curativos. Entonces se produce lo que en los Estados Unidos se llama toxicidad económica o toxicidad financiera del cáncer.
–¿Y está bien que sean tan caros los medicamentos?
–Yo sé que para llegar a una droga que sea útil son muchísimos pasos, años y plata. Al mismo tiempo, los laboratorios son ricos, o sea que finalmente terminan ganando. Igual una de las cosas que llama la atención es que acá, y en otros países, la medicación oncológica es más barata que en los Estados Unidos. La explicación que tienen, porque los americanos se quejan de eso, es que cada laboratorio fija un precio acorde a lo que saben que pueden comprar, si no, no hay caso.
–¿Pero ve razonable que un tratamiento sea tan caro?
–Uno puede pensar que es un despropósito dar una medicación que a lo sumo prolongue dos o tres meses la vida del paciente. Pero hay que mirarlo desde la perspectiva del paciente, y es muy raro que un paciente decida no hacer más nada.
–Cuando ustedes saben que un paciente no tiene más alternativas, ¿qué hacen?
–No existe ensañamiento terapéutico. Tenemos un servicio de cuidados paliativos. Pero, más allá de eso, el paciente busca siempre a su médico, el médico que lo venía tratando porque es donde realmente encuentra el confort de sentirse protegido. Cuando comencé en esto no se mencionaba la palabra. Se decía que tenía un problema en la mama, por ejemplo, que se lo íbamos a operar para evitar que llegara a ser algo malo. Hoy es distinto. Hoy todos saben su diagnóstico, pero no todos saben su pronóstico.
–¿Eso de qué depende?
–Yo siempre digo: “Hay que tener cuidado de no suicidar a nadie”. Uno sabe en el diálogo con el paciente y la familia hasta dónde se puede llegar. ¿Cuál es la verdad? Mi costumbre es decirle al paciente: “Mirá, lo que vos tenés no te lo podemos curar hoy. Lo que buscamos es que vivas el tiempo necesario hasta que aparezca algo que por ahí te pueda curar, cosa que no es una rareza porque continuamente aparecen cosas que pueden mejorar el pronóstico”.
–Ustedes acá, en el Fleming, tienen un importante servicio de psicooncología.
–Así es, hace muchos años que empezamos con las licenciadas Nancy Ferro y Graciela Cuello, en el Sanatorio Güemes. Creo que cumplen una labor muy importante. La sugerencia mía siempre es que los pacientes hagan terapia, pero lo que me enseñó la experiencia es que difícilmente puedas convencer a alguien mayor de 50 años que no ha hecho nunca terapia antes. Son más reticentes.
–¿Usted hizo terapia alguna vez?
–Sí. Hice terapia personal y durante muchos años hice psicodrama. Psicodrama es una terapia fuerte, dura, se hace en grupo; te da experiencia sobre cuándo saber tocar, cuándo avanzar, cuándo hablar, cuándo callarse. Yo aprendí muchísimo. Les aconsejo a los oncólogos que los que puedan hacer terapia la hagan. Mejora la relación médico-paciente.
–Sus tres hijos se dedican a la oncología. ¿Los influyó?
–No, en absoluto. Carolina es médica, es la jefa de radioterapia del Instituto; Matías también es médico, oncólogo, jefe del departamento de Oncología Clínica, y Agustina es parte del servicio de Psicooncología.
–¿Le tiene miedo al cáncer?
–No. Y siempre me digo lo mismo: yo, que he visto tantas tomografías con cáncer, ¿cuándo será el día en que vea mi propia tomografía? Me lo pregunto, sí. Pero no le tengo miedo.
–¿A qué le tiene miedo?
–A la desesperanza por la política.
–¿Sufre el oncólogo en su tarea?
–Yo sí. Hay un cartelito ahí afuera, que se llama Del otro lado del escritorio y dice: “Llevo más de 50 años asistiendo a pacientes con cáncer. De este lado del escritorio. Casi siempre con un residente al lado mío, el cual aprende a la par conmigo de la enfermedad y de las personas, pacientes y o familiares del otro lado del escritorio. Es difícil explicar las razones que, a pesar del tiempo transcurrido, no han cambiado mi sensación de cómo me sentiría ocupando ese otro lado. Creo que ahí nació la necesidad de entender y contener esa vivencia tan particular del temor a la muerte y, al mismo tiempo, el desafío para ayudar a vencerlo, y las palabras y gestos necesarios cuando eso no ocurre. Es mi esperanza haber sabido transmitir esa sensación a todos aquellos que me acompañaron y acompañan”.
–Además del temor a la muerte, el dolor es un problema para muchas personas que mueren de cáncer. ¿Realmente se puede controlar?
–Sí, hay maneras de controlarlo. Por supuesto que muchas de esas maneras tienen costo, no económico: podés estar sin dolor, pero estás medio marmota, entonces ese es un costo.
–¿Por qué sigue habiendo quimioterapia si, en muchos casos, resulta tan incómoda para el paciente y produce tantos efectos adversos?
–Primero porque para ciertos tumores hay quimioterapias que son sumamente efectivas en términos de curación, por ejemplo, la quimioterapia adjuvante o profiláctica, son pacientes que acceden a curarse que de otra manera no se curarían; pero también usamos quimioterapia en pacientes metastásicos que sabemos que no se van a curar. Si el tumor se achica, muchas veces eso mejora la calidad de vida y a veces la prolonga. Por suerte, hoy hay ciertas maniobras que han disminuido algún tipo de toxicidad, como la caída del pelo. Y hay otras cosas que también mejoraron. Antiguamente era común que los pacientes vomitaran. Hoy hay mucha medicación para evitarlo. De cualquier manera, creo que hay una sobreindicación en pacientes en los cuales si uno plantease las cosas como son y el paciente aceptase las cosas como son, se evitaría ese tratamiento.
–¿Qué quiere decir?
–Que a veces se da medicación en situaciones en las cuales no tiene mucho sentido y por ahí se suma toxicidad. Por ejemplo, un cáncer metastásico, que se ha diseminado, que ya ha hecho un plan de tratamiento que se agotó, que por ahí hizo dos también y que hace tres, cuatro y que realmente no tiene chance… Pero ahí pesa la presión familiar, la presión del paciente que quiere seguir haciendo cosas. Son muchos más los pacientes que quieren seguir haciendo cosas que los que no quieren.
–¿Qué es lo más difícil de comunicarle a un paciente?
–Probablemente que no hay más alternativas para su caso. También es muy difícil y doloroso comunicar cuando en un paciente que venía aparentemente curado aparece una metástasis. Desde el punto de vista oncológico es la situación más dolorosa para mí. Un paciente que vengo siguiendo de hace 5 o 10 años y que teóricamente ya estaba un poco afuera de la historia… es mucho más que decirle a alguien que tiene un cáncer, porque cuando aparece un cáncer vos tenés chance de curar a ese paciente, es más difícil cuando aparece una metástasis, y el desafío no es curar, pero sí que viva con esa metástasis, algo que es posible, según el tipo de tumor.
–¿Es verdad que si mejoráramos nuestros hábitos de vida (dejar de fumar, adelgazar, hacer actividad física) se podría evitar un alto porcentaje de cánceres?
–Sí, pero hay que analizar qué estamos dispuestos a “pagar” para conseguir algo. Cuando vos les insistís a los pacientes “la obesidad es un problema, tenés que adelgazar, tenés un cáncer de mama, esto le hace mal a tu cáncer”. Cuesta muchísimo, es una lucha. Y ni hablemos de la gimnasia.
–¿Cuál es la relación entre Fleming y Fuca?
–No hay relación ni funcionamos juntos, funcionamos en el mismo lugar. En realidad FUCA fue creada hace hace 40 años y la fui llevando a cada lugar donde estaba, y acá encontramos finalmente la aceptación y la posibilidad de instalarla: Fleming le da el espacio a FUCA, que es una fundación que realiza mucho trabajo de difusión, formación y asistencia, y que para existir necesita de donaciones, de aportes.
–¿Cuáles son en oncología los principales problemas en el país?
–La distribución de los oncólogos y de la tecnología. Nosotros vemos muchos pacientes que vienen de lejos, porque no tienen lugares cercanos donde hacer una tomografía u otro examen. Otro problema es la medicación. Hay instituciones grandes en las cuales conseguir una medicación lleva tiempo. Y no solamente del cáncer, no hay difusión de medidas para la salud con real trascendencia pública o que sea manejada por la parte pública. Los mensajes vinculados con la prevención no son tantos y también de estos mensajes debería hacerse un buen “marketing”. Además, hay un problema de desigualdad de acceso: hay muchos que no tienen acceso y, entre los que tienen acceso, un porcentaje alto no hace las cosas que debería hacer, aun teniendo acceso.
–¿Qué opina de la medicina no científica?
–Esos son charlatanes… No hay ninguno que valga la pena. No tiene sentido, ni como placebo. Hay un cerebro izquierdo y un cerebro derecho. El cerebro izquierdo es el que piensa, razona y demás. El derecho es el que actúa en función de los sentimientos. Y los pacientes escuchan con el cerebro derecho a gente que realmente le propone cualquier disparate, no importa qué sea. Cuando viene un paciente y me habla de algún tratamiento alternativo trato de mostrarle que, si eso tuviera utilidad y sirviese, todo el mundo lo estaría usando.
–¿Con la oncología le fue bien económicamente?
–Sí, no me puedo quejar, no soy millonario, pero no me puedo quejar. Desde el comienzo, desde que largué nomás a hacer oncología no acepté prepagas ni obras sociales, solo consulta privada, con lo cual me podría haber ido muy mal. Por suerte no me fue mal, y todavía hoy, a los 82 años, trabajo tres veces por semana. Veo a los pacientes por primera vez en forma privada, pero Fleming tiene convenios con obras sociales y prepagas y puedo derivarlos luego. Creo que es un sistema sano, yo no engaño a nadie, ya saben cómo es.
–¿Y por qué trabaja a esta edad?
–Porque me hace bien y todavía puedo.
–¿Practica algún hobby, deporte, pasión fuera de la medicina?
–No, ahora ya no; antes me gustaba hacer algo de deporte, fútbol, paddle. Ya los años no me lo permiten, sufro dolores de columna. Leo mucho.
–¿Qué hace falta hoy para llegar a ser oncólogo?
–Primero, hacer la residencia de clínica médica. Es obligatorio. Luego, la residencia de oncología clínica. No solo en Fleming, sino también en otros lugares se puede hacer una buena residencia de oncología clínica. Acá los médicos son bien formados; decimos que “sufren” la residencia porque tienen mucha actividad de todo tipo y salir del Fleming es una distinción. Sin embargo –y esto pasa en todos lados– cada vez hay menos gente en las residencias.
–¿Por qué?
–Porque son tres años en que tenés un sueldo miserable, en general. Es imposible para muchos vivir solo con lo que ganan en la residencia. La situación económica los lleva a no hacer la residencia de ninguna especialidad. Y, aun para los ya recibidos, lo que pagan los prepagos hoy es irrisorio. Es muy difícil pensar el momento actual, cómo van a sobrevivir las instituciones a todo esto. No está claro.
–¿Qué características personales debería tener un médico que quiere ser oncólogo?
–El mejor candidato no es el que piensa en la muerte, sino en la cura. La muerte nos espera a todos, pero en oncología estamos haciendo algo que busca postergar la muerte, y la idea es que lo primero sea eso.
Por: Gabriela Navarra
Fuente: La Nación