Es una Australian labradoodle que interacciona con los pacientes y sus familias en dos sanatorios
La sonrisa de Mateo se enciende apenas ve entrar en la habitación a su terapeuta de cuatro patas, Kira, una Australian labradoodle de pelaje marrón que, con la indicación de su guía, se sube a la cama y empieza a trabajar. En los dos meses que el paciente, de 6 años, recibió atención médica por un cáncer del sistema nervioso (neuroblastoma), la perra mejoró su estado de ánimo y lo predispuso positivamente a la continuidad del tratamiento.
En el área de internación pediátrica del Sanatorio de los Arcos, en el barrio de Palermo, Kira se maneja como en casa. Mientras camina junto a Carolina Micha, su guía, la saludan chicos y padres. Juan Ignacio, de 2 años y medio, apura sus pasos para poder acariciarla en el pasillo a la salida del hospital de día. Tampoco pasa inadvertida para las enfermeras y los médicos del piso.
“La intervención con Kira ayuda a aliviar la ansiedad, mejora la adherencia al tratamiento y reduce el tiempo de internación de los pacientes. La interacción con los padres en la habitación o cuando entran a ver a sus hijos en terapia intensiva alivia el estrés asociado con lo que están pasando. Y también previene el burnout en el equipo de salud. Cambia el clima sanatorial”, resume Micha, coordinadora del Servicio de Psicología en Internación de los sanatorios de Swiss Medical.
Kira es la primera “terapeuta peluda”, como le dice su guía, del equipo integrado por 12 psicólogos que trabajan en las unidades de internación de adultos, pediátrica, neonatología, unidad coronaria, unidad de terapia intensiva y la guardia del centro ubicado sobre la avenida Juan B. Justo al 900 y de la Clínica Zabala, en el barrio de Belgrano. Por el momento, la terapia asistida con el animal se concentra en la internación de bebés, chicos y adolescentes, incluida las unidades de cuidados intensivos.
LA NACION la visita en coincidencia con la Semana Internacional del Perro de Asistencia. Mientras Kira y su guía caminan hacia la habitación 120, donde las espera Mateo, Micha señala que el encuentro con los pacientes tiene objetivos terapéuticos a lograr definidos con los médicos tratantes, a partir de las necesidades y las dificultades de cada caso. Por protocolo, un infectólogo tiene que habilitar ese contacto. La primera vez, la Australian labradoodle esperará sentada en la puerta de la habitación hasta que Micha se presente y pida permiso para entrar. Excepcionalmente, según recuerda la psicóloga, algún paciente se resiste. “Cuando hay miedo, pero no resistencia, los chicos enseguida avanzan y terminan abrazándola. Kira percibe el clima con cada paciente y es cautelosa. La llegada al objetivo es bastante rápida”, dice.
Los problemas más comunes que la intervención con el animal ayuda a “destrabar” para avanzar en la recuperación, iniciar un tratamiento o mejorar su cumplimiento cuando un paciente no se quiere movilizar después de una cirugía, por ejemplo, y necesita hacerlo; si no quiere recibir o tomar un medicamento, desde una inyección hasta un inhalador o un catéter, o es baja la adhesión a un tratamiento.
“Los chicos viven de manera pasiva las intervenciones: no eligen estar en el hospital, que es en un medio desconocido, no entienden bien su enfermedad o el motivo de la internación y no comprenden por qué se ven invadidos –afirma Micha–. Lo que hacemos, entonces, es familiarizarlos con los elementos médicos, ponerlos en un rol activo donde son los que hacen. Esto les da la sensación de control y reduce la ansiedad, y así mejora la adhesión al tratamiento porque ven que no es tan terrible. Cuando hay malas experiencias previas es más difícil porque hay que trabajar sobre los miedos”.
Con Kira, según indica Micha, los chicos manifiestan esos temores y pueden ser más colaborativos. Hay niños y adolescentes que tienen más dificultades para expresar sus emociones y, a través del juego, con una jeringa grande de plástico o un puff se familiarizan con las intervenciones.
“En Mateo, influyó positivamente en su estado de ánimo. Es un paciente que reingresa para continuar con su tratamiento. Irse con una experiencia y un recuerdo positivos ayuda a que pueda reingresar permeable y receptivo para la continuidad de su tratamiento y, en definitiva, su experiencia en el centro de atención resulte positiva, resiliente y no traumática”, detalla la guía a LA NACION.
Una vez que le sacan el chaleco que la identifica como animal de terapia, vuelve a su rutina familiar en casa con Micha, su esposo y sus tres hijos. Y los fines de semana son para pasear.
Su entrenamiento arrancó cuando era cachorra. La Australian labradoodle tenía 5 meses cuando empezó a visitar los pasillos de las unidades de internación; hoy tiene 3 años. “Son perros hipoalergénicos, que no babean, no pierden pelo, no tienen olor; son muy dóciles y es una raza que quiere congraciar y ser reconocida, lo que facilita el trabajo con los pacientes”, enumera Micha.
Un instructor especializado en terapia asistida con animales estuvo a cargo de esa preparación, que incluyó la desensibilización y la familiarización con la dinámica sanatorial para sus encuentros con pacientes que van desde bebés hasta adolescentes y sus padres. En paralelo, Micha también recibió capacitación, incluido el cuidado animal para asegurar el bienestar de la perra, detectar cuando está estresada, tiene que salir de una habitación o aparece otro indicador de que no está bien o cómoda.
Con agenda completa
La agenda de Kira incluye concurrir dos veces por semana a las áreas de pediatría y guardia pediátrica de ambas clínicas, por la tarde, con descansos cada dos pacientes para ir a un espacio verde, comer y jugar con su pelota.
Por día, visita a unos ocho pacientes. Para salir, basta que Micha le diga “Vamos al sanatorio” y le coloque su chaleco. “Para ella no es un trabajo, sino una actividad diferente”, explica la guía.
En cada visita a una habitación, no hay nada que se dé por entendido. Se les pregunta a los pacientes si quieren hacer la actividad. En el caso de los bebés, Kira se acuesta y sigue, atenta, los movimientos de los más pequeños con la orientación de su guía.
El proyecto de trabajo lo presentó Micha a la empresa de medicina privada en 2018 y se puso en práctica antes de la pandemia de Covid-19 con protocolo veterinario, infectológico y de trabajo en la internación. Kira cumple con vacunación, análisis periódicos, castración, alimentación equilibrada, higiene y paseos.
Para armar la dupla terapéutica, la profesional participó de un intercambio en dos hospitales pediátricos de Florida, en Estados Unidos, donde había programas de voluntarios con perros de visita que, según explica, rompen con el clima de la internación, sin objetivos para el tratamiento.
“Investigué los beneficios de la terapia asistida con animales, cómo cambia el estado emocional de los pacientes, modifica la frecuencia cardíaca, reduce la ansiedad, libera barreras para expresar emociones, acorta los tiempos de internación y los pacientes son más protagonistas en su proceso de curación –comenta a LA NACION–. Lo compruebo a diario. Lo que pasa en una habitación cuando entra Kira es que aparece la alegría de todo el grupo familiar”.
Por: Fabiola Czubaj
Fuente: La Nación