El cáncer más impensado que diagnostican a 220 argentinos cada año

Los tumores mamarios también pueden afectar a los hombres. Pero muchos ni siquiera lo saben. A qué síntomas prestar atención.

Todo empezó con un bultito en el pecho. El diagnóstico de cáncer de mama que llegó dos meses después fue doblemente impensado. Primero, porque sólo el 5% de los casos ocurren antes de los 40 años. Y, segundo, porque Ezequiel Zvik (31) es un varón.

Cada año, en Argentina se diagnostican 22.000 mujeres con un tumor mamario. Pero también unos 220 hombres reciben ese mismo diagnóstico. Aunque es muy infrecuente, el cáncer de mama en los varones existe. Y justamente por el peso de la estadística, que focaliza las campañas de detección en el rosa, muchos de esos varones ni se imaginan que pueden tener la enfermedad y llegan tarde al diagnóstico.

“Hasta que me pasó, nunca había escuchado hablar de cáncer de mama en hombres”, dice Ezequiel. A lo largo de la charla con Clarín, irá hablando de su enfermedad sin ningún eufemismo. Diciendo las cosas como son, con una entereza admirable y con un objetivo concreto y loable: concientizar, para que lo que le pasó a él no les pase a otros.

Concientizar también mueve a Aníbal San Juan (66) a aceptar una propuesta difícil: sacarse la camisa para las fotos que ilustran esta nota y mostrar la cicatriz de su mastectomía. Sí: como en las mujeres, la extirpación del tumor es para muchos y muchas pacientes el primer paso de su tratamiento.

“El cáncer de mama es algo impensado”, expresa la frase que más se ajusta a cuando el diagnóstico lo recibe un hombre. “No somos muchos. No sé si porque no vamos al médico o porque no le damos importancia. Hace falta más difusión”, pide. Esa es la manera para que quienes le ponen cuerpo a ese 1% del total de casos anuales de cáncer de mama esté alerta y pueda llegar antes a conocer lo impensado.

El diagnóstico

Tengo cáncer de mama con metástasis oseo meningeo pulmonar, estadío 4”, introduce Ezequiel. Ese diagnóstico es la realidad con la que convive, pero no lo que lo define. Ezequiel intenta seguir adelante con su vida, con su trabajo en el equipo comercial de una desarrolladora inmobiliaria, con sus amigos, con su perra, mientras tiene que aprender a lidiar con el sistema que, como a todo paciente con una enfermedad que le implica tratamientos de alto costo, no le hace las cosas muy sencillas.

“Cuando esto le pasa a una persona mayor, se arma un aglomerado familiar para contener la situación, desde pedir un turno a acompañar al médico. Yo hago todo solo. La calidad médica es excelente, pero el sistema institucional es otra cosa. Sufrís la enfermedad y sufrís convivir con las empresas y las instituciones que se vinculan con la medicina”, dice sobre lo que se puede traducir en trámites, autorizaciones, rechazos, demoras…

También solo fue como Ezequiel inició el camino al diagnóstico. Así lo empiezan todos los hombres: en la soledad de reconocer algo raro, un bultito, una dureza. Para muchas mujeres, en cambio, la palabra carcinoma aparece después de la mamografía anual, sin que hubiera habido ninguna señal de alarma previa. En esa diferencia, sustancial, radica también la diferencia del pronóstico: cuanto más pequeño sea el tumor, mejores son las posibilidades.

Era agosto de 2019. Ezequiel tenía 28 años y había vuelto hacía poco de un mes de vacaciones por Europa, “caminando 25 kilómetros por día”. Pero empezó entonces a tener síntomas que, por ignorancia dice hoy, los veía aislados. Un bultito debajo del pezón derecho que iba creciendo. Una disnea respiratoria (falta de aire). Un dolor en la base de la espalda.

Pidió un turno con su clínico de siempre, pero estaba de vacaciones. Buscó en la cartilla de su prepaga y consiguió una médica que lo atendió al día siguiente. “En lo respiratorio no tenés nada. Y por este bulto abajo del pezón te voy a derivar al mastólogo”, le dijo restándole importancia.

El mastólogo fue otra bandera roja. “Despreocupate, no pasa nada, es una ginecomastía”, creyendo que se trataba de una inflamación del tejido mamario. Lo mandó a hacerse una ecografía y en el centro de diagnóstico por imagenes la reacción de las técnicas fue lo primero que lo alertó: “Hacételo ver, no te dejés estar”.

Vuelta al médico, indicación de una punción, la demora por los resultados, y en ese ida y vuelta llegó el día del turno con el clínico de siempre que había regresado de vacaciones: “Te veo acá sentado y lo que vos me contás que sentís yo no lo veo. Pero andá a hacerte una tomografía”. Cuando le llevó el estudio, la respuesta fue que se internara y se diagnosticara.

Ezequiel describe esos días como un “momento distópico”. “Yo veía para qué lado venía la mano”, recuerda. Llamó a su mamá y fueron a desayunar. Le contó lo que estaba pasando. A la tarde, ella lo acompañó a buscar el resultado de la biopsia. Y reconoció en el papel lo que decía.

La confirmación se la dio su mejor amiga, cardióloga en el Sanatorio Mitre. De allí empezó una batería de estudios e internaciones. Cirujano, un oncólogo, luego otro.

Funcioné en piloto automático, pero no para mal: no sentir, sino hacer. Necesitaba pasar el momento. Traté de ser lo más racional posible. En 28 años, sólo había tenido una fractura de codo a los 8. Y ahora, cáncer de mama…”, deja los puntos suspensivos Ezequiel, que no es creyente y que en este camino se ha dejado guiar sólo por la racionalidad y el apoyo de la terapia: «Me encanta la tecnología, pero decidí no exponerme a googlear porque iba a recibir un mar de información que no iba a poder procesar».

Para Aníbal, también unas vacaciones marcaron su diagnóstico de cáncer de mama. “Estaba en el Caribe. Me miré al espejo y vi la tetilla izquierda retraída. La toqué y no tenía nada, pero si me apretaba fuerte sentía algún pinchazo. No le dije nada a mi pareja, pero cuando vine hice la primera consulta con un clínico”, cuenta.

El clínico lo derivó al mastólogo, que le mandó a hacer una mamografía. Fue a un centro específico de estudios mamarios, donde era el único hombre en la sala de espera. “Se empieza a sentir que acá pasa algo raro”, apunta.

El mastólogo confirmó el diagnóstico. Esa noche tenía una fiesta de su trabajo. Llegó a su casa, se duchó, se cambió y se fue: “La vida sigue”.

El tratamiento

A la hora de hablar biológicamente del tumor, las diferencias entre si el paciente es hombre o mujer son tan mínimas que no afectan el tratamiento. “La intervención es igual, pero en este caso no hay cirugía conservadora como se intenta en las mujeres, sino que en el hombre sacás toda la mama porque está menos desarrollada”, marca quizás la más relevante el mastólogo Francisco Terrier, miembro de la Sociedad Argentina de Mastología.

Y aclara que desde lo estético una mastectomía puede pesar más en una mujer, pero que “no hay que minimizarla en el hombre. Es una cicatriz menor, pero la cicatriz está”.

Fernando Petracci, médico especialista en oncología clínica y cáncer de mama del Instituto Alexander Fleming, apunta que se utilizan “las mismas estrategias terapéuticas que en las mujeres”, que además de la cirugía pueden incluir quimioterapia, radioterapia y tratamiento hormonal.

Los cánceres con receptores positivos que requieren un tratamiento hormonal son un porcentaje ligeramente mayor en hombres que en mujeres, apunta Terrier.

“Por lo general usamos una combinación de bloqueantes hormonales que se usan para cáncer de próstata y otros para cáncer de mama como en las mujeres. Los bloqueantes hormonales bajan la líbido y pueden generar sofocos como en las mujeres. Son cinco años de tratamiento que afectan la calidad de vida”, reconoce Petracci, quien apunta que en los últimos años la aparición de nuevas terapias blanco permitió potenciar el efecto de los bloqueantes hormonales y mejorar significativamente los resultados.

En el caso del cáncer de mama, la mayoría de estas drogas se aprueban para mujeres y los oncólogos las utilizan en los varones off label (como se dice cuando aún no se tiene la autorización de las autoridades regulatorias específica para esa indicación) hasta que la ANMAT les da el visto bueno también para esta población.

Es lo que sucedió hace poco más de un mes con el ribociclib, una droga que en las mujeres logró un aumento significativo de la sobrevida en casos avanzados o metastásicos como el de Ezequiel. De hecho, es uno de los fármacos que él usó, y traduce esos indicadores que se leen en los papers científicos. «El tumor principal sigue estando pero se redujo. Estoy con un tratamiento hace 18 meses que es una locura para la enfermedad que tengo. Mi oncólogo me dijo que tripliqué la expectativa para ese medicamento», remarca.

Sobrevuela entonces en la conversación lo que implica un cáncer avanzado. «En mi círculo cercano es doloroso de escuchar el término ‘terminal’. No es que me encante: es aceptar el diagnóstico que yo tengo. Mi realidad no es vivir pensando que tengo una cura. El tratamiento en mi caso es para mantener estable, cronificar. Le pongo onda y aprendí a ponerle una sonrisa, pero no cambia como son las cosas», afirma.

Y revela que le pasó muchas veces que, cuando cuenta que tiene cáncer, la gente piensa que está haciendo una broma. “’Dale, boludo, no me jodas’, me dicen. Pero si te dijera que tengo diabetes, ¡no me responderías ‘No me jodas’!”, cuenta sonriendo.

Aníbal, jefe de desarrollo de packaging de un importante laboratorio, también reconoce que el diagnóstico puede generar sorpresa, pero destaca el apoyo de su familia, sus amigos y sus compañeros. “Mi hijo me venía a hacer el aguante después de las quimio y mi pareja estuvo siempre presente. Tenés que afrontarlo y no aislarte”, recomienda.

A él lo diagnosticaron hace cinco años. Su tratamiento incluyó el combo cirugía + quimio + rayos, tuvo un linfedema –sí, los hombres también tienen – que no les permitía ni tomarse la presión, y buscó ayuda “en cosas que en otro momento uno no hubiera tomado, pero que me han sumado”. Practicó relajación, hizo reiki y lo fue a ver al padre Ignacio a Rosario. “Le comenté lo que me pasaba, me dio algunas cosas para hacer y me dijo: ‘Volvé en un año’. Cuando estuve un año después frente a él, me preguntó: ‘¿Para qué viniste si estás sano?’”.

Hace tres meses, en Miami, Aníbal volvió a la playa, cinco años después. “Fue un tema mostrarme sin remera. Pero me hizo ver que somos así”, dice sobre su cicatriz.

Aunque para él una de las experiencias más movilizantes que transitó desde su diagnóstico la vivió en marzo, cuando fue con Petracci, que es su oncólogo, y 30 mujeres con cáncer de mamá recuperadas al Valle de las Lágrimas para rendir un homenaje por los 50 años del milagro de los Andes, pero también para demostrar que el cáncer de mama no es un límite. Y que como los rugbiers uruguayos pudieron salir de la montaña, también se puede salir adelante de la enfermedad. Era el único paciente varón de la comitiva.

“Para mí fue un gran disparador de conciencia. Me sirvió para ver la vida de otra manera. Compartir con chicas muy jovencitas con una vitalidad, unas ganas de empujar”, señala.

La falta de información

Tanto él como Ezequiel acuerdan en que cuando escuchan hablar a mujeres con cáncer de mama, encuentran los mismos puntos en común. Lo que les pasa a ellas es lo que les pasa a ellos.

“Hubiera sido interesante haber tenido una noción más grande de todo esto. A los hombres les digo que estén más atentos y que se saquen el estigma de que esto tiene que ver solo con la mujer. Si podés informate, capacitate, no está de sobra que sepas un poquito más”, pide Ezequiel, quien cree que este mayor conocimiento no sólo ayudará a que más hombres puedan detectarse precozmente sino a tener más empatía también con las mujeres.

Otro punto importante es que el cáncer de mama en los varones no es transmisible ni hereditario. Pero hay un componente genético que puede pesar (igual que en las mujeres). Las mutaciones en ciertos genes como el BRCA1 y el BRCA2 aumentan la predisposición, por eso luego de un diagnóstico en un hombre se recomienda una consulta con un genetista y evaluar llegado el caso a hermanos y hermanas, hijos e hijas.

Otro dato significativo es que no hay factores de riesgo identificados en el cáncer de mama masculino, como sí se los conoce en las mujeres (por ejemplo la ausencia de lactancia o el consumo de alcohol).

Terrier reconoce que la información del cáncer de mama masculino es escasa y que los hombres no lo tienen internalizado como las mujeres. “No hay estudios de control y es normal que así sea, porque en las patologías de baja incidencia no se hace screening. Pero como el hombre no lo tiene en mente y si lo tiene lo niega un tiempo, las consultas se suelen demorar”, enfatiza.

¿Cómo mejorar entonces la detección? A las mujeres se les insiste con el autoexamen mamario mensual complementario a la mamografía anual a partir de los 40 años y el control ginecológico regular. En los hombres no es necesario ese autoexamen, pero sí estar atentos frente al espejo, al ducharse o al ponerse desodorante a cualquier dureza o cambio que pueda aparecer.

Porque el cáncer de mama generalmente no se expresa con dolor, salvo en algunos casos metastásicos. “Siempre empieza con un síntoma, que en su amplia mayoría es un nódulo. Hay que consultar si se toca una pelotita, una bolita, una enduración”, explica Terrier.

También son señales de alarma una retracción en la piel, lastimaduras en el pezón o si el pezón sangra. Y se debe prestar atención también si se palpa un ganglio en la axila. En todos esos casos, hay que gestionar la consulta con su médico.

Aquí, admite Petracci, puede darse otra situación porque es cierto que si bien los pacientes no están familiarizados con la patología, muchos médicos clínicos tampoco. “Los oncólogos primero pensamos en cáncer y después en otra cosa. Los clínicos primero piensan que algo es benigno y por último que es cáncer. Es más difícil que ante un nódulo automáticamente contemple que puede ser cáncer y lo derive al mastólogo. Muchos profesionales de la salud no tienen el cáncer de mama en el hombre en su radar como algo que puede suceder”.

“En los centros médicos podría haber carteles. O cuando hay, por ejemplo, exposiciones sobre cáncer de mama, es sobre mujeres. Siempre se habla de las mujeres respecto de los síntomas, pero ni se menciona a los hombres. Si se informaran de los síntomas, sabríamos a que prestar atención”, pide Aníbal. Y vuelve a encontrar la expresión precisa, ahora para cerrar esta nota, sobre cómo mejorar en todos los niveles el abordaje del cáncer de mama masculino: “Se necesita más información y más apertura”.

Por: Adriana Santagati

Foto: Federico Imas

Fuente: Clarín

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